La Brecha, un reportaje de Agareso

Un recorrido por el incesante avance del mar en la costa norte de Senegal

Por: Javier Ramos, Mar Navarro y Maréme Fall

Publicado: 13 feb 2024

Gandiol/Saint Louis.- Apenas cuatro metros. Esa fue la longitud acordada para la a priori inofensiva brecha que, en la madrugada del sábado 4 de octubre de 2003, se excavó en la barrera de arena conocida como Langue de Barbarie, que separa el río Senegal del océano Atlántico, para luchar contra las graves inundaciones que la ciudad de Saint Louis sufría en aquellas fechas. 

Antigua capital del África occidental francesa, esta urbe fronteriza con Mauritania declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, se fundó en el siglo XVII por su estratégica ubicación en la costa rodeada de humedales. La ciudad fue erigida directamente en una diminuta isla conocida como Ndar en el delta del río Senegal, a pesar de que este sufre crecidas muy importantes en época de lluvias. 

La población de la ciudad se ha ido expandiendo en las tierras vecinas de alrededor del río por falta de espacio en la isla que alberga el centro histórico de Saint Louis, repleto de vestigios arquitectónicos de la etapa colonial. Todos ellos amenazados aquel mes de octubre, al igual que miles de hogares, por la crecida de unas aguas que desafiaban con anegar la isla entera.

Publicado: 13 feb 2024

Gandiol/Saint Louis.- Apenas cuatro metros. Esa fue la longitud acordada para la a priori inofensiva brecha que, en la madrugada del sábado 4 de octubre de 2003, se excavó en la barrera de arena conocida como Langue de Barbarie, que separa el río Senegal del océano Atlántico, para luchar contra las graves inundaciones que la ciudad de Saint Louis sufría en aquellas fechas. 

Antigua capital del África occidental francesa, esta urbe fronteriza con Mauritania declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, se fundó en el siglo XVII por su estratégica ubicación en la costa rodeada de humedales. La ciudad fue erigida directamente en una diminuta isla conocida como Ndar en el delta del río Senegal, a pesar de que este sufre crecidas muy importantes en época de lluvias. 

La población de la ciudad se ha ido expandiendo en las tierras vecinas de alrededor del río por falta de espacio en la isla que alberga el centro histórico de Saint Louis, repleto de vestigios arquitectónicos de la etapa colonial. Todos ellos amenazados aquel mes de octubre, al igual que miles de hogares, por la crecida de unas aguas que desafiaban con anegar la isla entera.

un arañazo en la arena

La incisión practicada tendría que haber supuesto apenas un arañazo en una extensa lengua de arena, procedente de Mauritania, que acompaña en paralelo durante una veintena de kilómetros al océano Atlántico a su encuentro con el continente africano. Ya en Senegal, el entorno de esta barrera conforma el Parque Nacional de la Langue de Barbarie, refugio estacional para multitud de especies de aves y hábitat de fauna y flora protegidas.

Las previsiones de las autoridades que condujeron la operación eran que el exceso de caudal del río se iría por esa desviación. De esta forma, en apenas un par de días, el estrecho canal abierto contribuyó a evacuar el agua que amenazaba con tragarse entera la ciudad histórica de Saint Louis. Sin embargo, esta minúscula abertura ha tenido consecuencias que van mucho más allá de los objetivos por los que se llevó a cabo aquel día de octubre hace ya veinte años.

Las dunas marítimas son un ecosistema extremadamente frágil y dinámico y, como cuando un castillo en la playa se desmorona ante la subida de la marea, el mar ha ido engullendo más y más arena, ensanchando una apertura que en unos días pasó de los cuatro metros iniciales a medir más de cien. Pronto superó el kilómetro. 

A día de hoy, mientras continúa desplazándose hacia el sur, su longitud roza los seis kilómetros, en los cuales incluso ha medrado una segunda lengua de arena subsidiaria de la principal. Tal es el impacto provocado que la desembocadura habitual del río Senegal se ha cerrado y la propia brecha se ha convertido en el lugar de encuentro de las aguas de este curso fluvial con las del mar.

La incisión practicada tendría que haber supuesto apenas un arañazo en una extensa lengua de arena, procedente de Mauritania, que acompaña en paralelo durante una veintena de kilómetros al océano Atlántico a su encuentro con el continente africano. Ya en Senegal, el entorno de esta barrera conforma el Parque Nacional de la Langue de Barbarie, refugio estacional para multitud de especies de aves y hábitat de fauna y flora protegidas.

Las previsiones de las autoridades que condujeron la operación eran que el exceso de caudal del río se iría por esa desviación. De esta forma, en apenas un par de días, el estrecho canal abierto contribuyó a evacuar el agua que amenazaba con tragarse entera la ciudad histórica de Saint Louis. Sin embargo, esta minúscula abertura ha tenido consecuencias que van mucho más allá de los objetivos por los que se llevó a cabo aquel día de octubre hace ya veinte años.

Las dunas marítimas son un ecosistema extremadamente frágil y dinámico y, como cuando un castillo en la playa se desmorona ante la subida de la marea, el mar ha ido engullendo más y más arena, ensanchando una apertura que en unos días pasó de los cuatro metros iniciales a medir más de cien. Pronto superó el kilómetro. 

A día de hoy, mientras continúa desplazándose hacia el sur, su longitud roza los seis kilómetros, en los cuales incluso ha medrado una segunda lengua de arena subsidiaria de la principal. Tal es el impacto provocado que la desembocadura habitual del río Senegal se ha cerrado y la propia brecha se ha convertido en el lugar de encuentro de las aguas de este curso fluvial con las del mar.

La población de la zona aclara que este tipo de alteraciones entre el río y el océano han sido más o menos frecuentes a lo largo de la historia. Generaciones anteriores han sido testimonio de otras brechas surgidas de forma natural. Toda la desembocadura del río Senegal es un enorme delta irregular, repleto de manglares, islas y marismas. Sin embargo, por primera vez, la intervención humana ha alterado los ritmos de la naturaleza en esta zona tan rica en biodiversidad y a la vez tan vulnerable.

El ecosistema ha cambiado completamente debido a la paulatina salinización del agua dulce, que ha echado a perder la agricultura que se practicaba en los campos regados por el río dadas las alteraciones sufridas en la capa freática. Este proceso no está únicamente ligado a la aparición de la brecha, sino que desde la construcción de la importante presa de Diama doscientos kilómetros río arriba en el 1986, el cambio ha sido gradual e ininterrumpido hasta la completa conversión en un entorno de agua salada.

La población de la zona aclara que este tipo de alteraciones entre el río y el océano han sido más o menos frecuentes a lo largo de la historia. Generaciones anteriores han sido testimonio de otras brechas surgidas de forma natural. Toda la desembocadura del río Senegal es un enorme delta irregular, repleto de manglares, islas y marismas. Sin embargo, por primera vez, la intervención humana ha alterado los ritmos de la naturaleza en esta zona tan rica en biodiversidad y a la vez tan vulnerable.

El ecosistema ha cambiado completamente debido a la paulatina salinización del agua dulce, que ha echado a perder la agricultura que se practicaba en los campos regados por el río dadas las alteraciones sufridas en la capa freática. Este proceso no está únicamente ligado a la aparición de la brecha, sino que desde la construcción de la importante presa de Diama doscientos kilómetros río arriba en el 1986, el cambio ha sido gradual e ininterrumpido hasta la completa conversión en un entorno de agua salada.

Imagen aérea del entorno de la brecha en Gandiol

En estos últimos años, la navegación y la pesca en el entorno también se han visto gravemente afectadas por estos hechos. Así pues, la brecha ha condicionado los dos principales medios de vida de la zona, provocando que mucha gente haya perdido sus trabajos y se haya visto empujada a emigrar hacia otros lugares.

Además, la barrera de arena protegía a la población de la costa al sur de Saint Louis de las inclemencias del océano, por lo que, en cuanto se abrió la brecha, esta zona densamente poblada quedó a su merced: pueblos enteros han desaparecido inundados por la subida del nivel del mar. En paralelo, y a causa de una erosión costera agravada por los efectos del cambio climático, miles de personas han tenido que abandonar sus hogares en la ciudad, de las cuales muchas todavía viven en campamentos temporales a la espera de alguna solución.

En estos últimos años, la navegación y la pesca en el entorno también se han visto gravemente afectadas por estos hechos. Así pues, la brecha ha condicionado los dos principales medios de vida de la zona, provocando que mucha gente haya perdido sus trabajos y se haya visto empujada a emigrar hacia otros lugares.

Además, la barrera de arena protegía a la población de la costa al sur de Saint Louis de las inclemencias del océano, por lo que, en cuanto se abrió la brecha, esta zona densamente poblada quedó a su merced: pueblos enteros han desaparecido inundados por la subida del nivel del mar. En paralelo, y a causa de una erosión costera agravada por los efectos del cambio climático, miles de personas han tenido que abandonar sus hogares en la ciudad, de las cuales muchas todavía viven en campamentos temporales a la espera de alguna solución.

"todo desapareció, tragado por las aguas"

La apertura de la brecha en la Langue de Barbarie trajo consigo la aparición desde un primer momento de muchas voces críticas contra esta decisión y con la posterior gestión del desplazamiento de poblaciones. Ibrahim Diatta, geógrafo de la universidad Gaston Berger, en Saint Louis, expone que las consecuencias de esta abertura, al principio, estaban directamente ligadas a «una cuestión de seguridad, porque la erosión costera supuso que pueblos enteros desaparecieran» tragados por las aguas. «Fue un gran shock», enfatiza.

Por su parte, Ameth Sène Diagne, chef du village -una figura equivalente a la del alcalde o presidente de una comunidad vecinal- de la desaparecida localidad de Doune Baba Dièye, responde taxativamente cuando se le pregunta acerca de los efectos de la brecha. Su voz denota un tono de convicción inapelable al describir los avances de este fenómeno provocado por la acción humana, que ha terminado con lo que hace apenas unos años era su hogar, junto al de casi un millar de personas. La suya es la historia de uno de los protagonistas de la resistencia en primera línea contra la destrucción que dejó tras de sí el avance de la brecha por la costa norte senegalesa.

La apertura de la brecha en la Langue de Barbarie trajo consigo la aparición desde un primer momento de muchas voces críticas contra esta decisión y con la posterior gestión del desplazamiento de poblaciones. Ibrahim Diatta, geógrafo de la universidad Gaston Berger, en Saint Louis, expone que las consecuencias de esta abertura, al principio, estaban directamente ligadas a «una cuestión de seguridad, porque la erosión costera supuso que pueblos enteros desaparecieran» tragados por las aguas. «Fue un gran shock», enfatiza.

Por su parte, Ameth Sène Diagne, chef du village -una figura equivalente a la del alcalde o presidente de una comunidad vecinal- de la desaparecida localidad de Doune Baba Dièye, responde taxativamente cuando se le pregunta acerca de los efectos de la brecha. Su voz denota un tono de convicción inapelable al describir los avances de este fenómeno provocado por la acción humana, que ha terminado con lo que hace apenas unos años era su hogar, junto al de casi un millar de personas. La suya es la historia de uno de los protagonistas de la resistencia en primera persona contra la destrucción que dejó tras de sí el avance de la brecha por la costa norte senegalesa.

Su pueblo, ubicado en una de las múltiples islas del Parque Nacional de la Langue de Barbarie, se halla ahora sumergido varios metros en las aguas de la desembocadura del río Senegal. Durante sus explicaciones, Sène Diagne no deja de enfatizar que, ya en su día, advirtió de que la intervención podría tener efectos más amplios de los que se esperaba y que no era necesaria una solución tan drástica para evitar que la ciudad de Saint Louis quedase anegada.

Sin embargo, denuncia que fueron el clasismo y la mentalidad colonial los que impidieron que su voz fuese atendida. «Me preguntaron cómo podía saberlo, si tenía algún diploma o certificación que respaldara mis afirmaciones. Les expliqué que mi conocimiento estaba basado en mi experiencia en asuntos relacionados con las aguas del mar», relata, en su idioma natal: el wólof. «Como no tenía educación formal en francés ni diplomas, mis advertencias no fueron tomadas en serio», lamenta.

En la actualidad, Sène Diagne vive junto a su familia en un nuevo pueblo, Diele Mbam, a no mucha distancia de su anterior hogar, pero ya en la península. De casi todo lo que un día fue Doune Baba Dièye, ya no quedan apenas restos visibles, a excepción de las ruinas de algunas casas y de la copa ya sin hojas del árbol que presidía la plaza central, bajo la sombra del cual tenían lugar las reuniones comunitarias y en cuyas ramas se posan ahora a descansar aves pescadoras en busca de algún pez despistado.

Su pueblo, ubicado en una de las múltiples islas del Parque Nacional de la Langue de Barbarie, se halla ahora sumergido varios metros en las aguas de la desembocadura del río Senegal. Durante sus explicaciones, Sène Diagne no deja de enfatizar que, ya en su día, advirtió de que la intervención podría tener efectos más amplios de los que se esperaba y que no era necesaria una solución tan drástica para evitar que la ciudad de Saint Louis quedase anegada.

Sin embargo, denuncia que fueron el clasismo y la mentalidad colonial los que impidieron que su voz fuese atendida. «Me preguntaron cómo podía saberlo, si tenía algún diploma o certificación que respaldara mis afirmaciones. Les expliqué que mi conocimiento estaba basado en mi experiencia en asuntos relacionados con las aguas del mar», relata, en su idioma natal: el wólof. «Como no tenía educación formal en francés ni diplomas, mis advertencias no fueron tomadas en serio», lamenta.

En la actualidad, Sène Diagne vive junto a su familia en un nuevo pueblo, Diele Mbam, a no mucha distancia de su anterior hogar, pero ya en la península. De casi todo lo que un día fue Doune Baba Dièye, ya no quedan apenas restos visibles, a excepción de las ruinas de algunas casas y de la copa ya sin hojas del árbol que presidía la plaza central, bajo la sombra del cual tenían lugar las reuniones comunitarias y en cuyas ramas se posan ahora a descansar aves pescadoras en busca de algún pez despistado.

Desde su posición como líder local, Sène Diagne no ha dejado de predicar, tanto a nivel local como en medios de comunicación de todo el mundo, las necesidades de los habitantes de la zona y las graves consecuencias que ha traído la brecha a esta región. Fue en 2007, cuatro años después de la abertura, cuando los primeros efectos empezaron a notarse en este entorno. Pese a los esfuerzos de la comunidad y de las autoridades locales, tan solo pudieron ralentizar el ritmo al que el agua se tragaba las casas, dejando por el camino a más de 800 personas sin hogar o sin medio de trabajo y forzando a la emigración a muchas de ellas.

«Éramos conscientes de que no podíamos depender de la ayuda externa. Decidimos enfrentar esta situación como comunidad», explica el chef du village sobre la organización de la retirada, en la que cada familia fue dejando su hogar en grupos de dos a medida que el mar iba ganando terreno. Mientras tanto, denuncia, «el Estado no tomó ninguna medida ni proporcionó recursos para enfrentar la situación».

«Estábamos acostumbrados a trabajar incansablemente, las 24 horas del día, para mantener nuestra forma de vida. La situación era tan desafiante que muchos decidieron arriesgar sus vidas y embarcarse en cayucos en busca de una vida mejor en Europa, ya que se sentían perdidos en estas circunstancias», añade.

Desde su posición como líder local, Sène Diagne no ha dejado de predicar, tanto a nivel local como en medios de comunicación de todo el mundo, las necesidades de los habitantes de la zona y las graves consecuencias que ha traído la brecha a esta región. Fue en 2007, cuatro años después de la abertura, cuando los primeros efectos empezaron a notarse en este entorno. Pese a los esfuerzos de la comunidad y de las autoridades locales, tan solo pudieron ralentizar el ritmo al que el agua se tragaba las casas, dejando por el camino a más de 800 personas sin hogar o sin medio de trabajo y forzando a la emigración a muchas de ellas.

«Éramos conscientes de que no podíamos depender de la ayuda externa. Decidimos enfrentar esta situación como comunidad», explica el chef du village sobre la organización de la retirada, en la que cada familia fue dejando su hogar en grupos de dos a medida que el mar iba ganando terreno. Mientras tanto, denuncia, «el Estado no tomó ninguna medida ni proporcionó recursos para enfrentar la situación».

«Estábamos acostumbrados a trabajar incansablemente, las 24 horas del día, para mantener nuestra forma de vida. La situación era tan desafiante que muchos decidieron arriesgar sus vidas y embarcarse en cayucos en busca de una vida mejor en Europa, ya que se sentían perdidos en estas circunstancias», añade.

Vista desde el interior de la vivienda de Ameth Sène Diagne

La familia de Sène Diagne fue la última en abandonar lo que en un tiempo pasado fue Doune Baba Dièye, ya que él mismo se quedó a cargo del cuidado de los cementerios donde estaban enterrados los restos de los antepasados de la gente del lugar. Uno por uno, casa por casa, sus vecinos ya habían ido dejando el pueblo a medida que el avance de la brecha -unos ocho metros por semana en su momento- se iba tragando más y más tierra. 

«Lo más duro de tener que abandonar nuestro pueblo fue dejar atrás el estilo de vida único que teníamos. El ambiente, el ritmo de vida y la disciplina que compartíamos como habitantes del pueblo eran incomparables y no se encontraban en ningún otro lugar», declara, apenado, el chef du village.

La familia de Sène Diagne fue la última en abandonar lo que en un tiempo pasado fue Doune Baba Dièye, ya que él mismo se quedó a cargo del cuidado de los cementerios donde estaban enterrados los restos de los antepasados de la gente del lugar. Uno por uno, casa por casa, sus vecinos ya habían ido dejando el pueblo a medida que el avance de la brecha -unos ocho metros por semana en su momento- se iba tragando más y más tierra. 

«Lo más duro de tener que abandonar nuestro pueblo fue dejar atrás el estilo de vida único que teníamos. El ambiente, el ritmo de vida y la disciplina que compartíamos como habitantes del pueblo eran incomparables y no se encontraban en ningún otro lugar», declara, apenado, el chef du village.

Restos de viviendas en lo que un día fue Doune Baba Dièye

De aquella etapa, además del relato del paulatino abandono de Doune Baba Dièye, recuerda anécdotas extraordinarias, como la vez en que, de entre los restos del cementerio que iban emergiendo entre las mareas, apareció un esqueleto humano de dimensiones sorprendentes.

«Tenía una altura de aproximadamente tres metros, con unos dientes más perfectos y más completos que los míos», asegura. «Enterré su cuerpo y separé la cabeza para futuros estudios, pero cuando volvimos con expertos días después, no pudimos encontrarlo», rememora.

De aquella etapa, además del relato del paulatino abandono de Doune Baba Dièye, recuerda anécdotas extraordinarias, como la vez en que, de entre los restos del cementerio que iban emergiendo entre las mareas, apareció un esqueleto humano de dimensiones sorprendentes.

«Tenía una altura de aproximadamente tres metros, con unos dientes más perfectos y más completos que los míos», asegura. «Enterré su cuerpo y separé la cabeza para futuros estudios, pero cuando volvimos con expertos días después, no pudimos encontrarlo», rememora.

Lugar donde se hallaba la sumergida plaza central de Doune Baba Dièye

Lugar donde se hallaba la sumergida plaza central de Doune Baba Dièye

Aunque diferente a todos los demás, ese fue uno de los muchos cuerpos a los que Sène Diagne tuvo que volver a dar sepultura durante su etapa como único residente restante en su pueblo natal. «Una vez que habíamos desenterrado y vuelto a enterrar a todos los difuntos, mi familia y yo nos preparamos. El 17 de noviembre de 2012, a las cinco de la mañana, dejamos la villa», concluye.

Aunque diferente a todos los demás, ese fue uno de los muchos cuerpos a los que Sène Diagne tuvo que volver a dar sepultura durante su etapa como único residente restante en su pueblo natal. «Una vez que habíamos desenterrado y vuelto a enterrar a todos los difuntos, mi familia y yo nos preparamos. El 17 de noviembre de 2012, a las cinco de la mañana, dejamos la villa», concluye.

daños y deterioros en gandiol

Casas arrasadas y hasta un hotel medio derruido presiden ahora la primera línea de costa de Gandiol, una localidad situada varios kilómetros al sur de Saint Louis y que fue de las primeras en experimentar los efectos de la brecha. Desde su playa se puede ver cómo las corrientes y los sedimentos vuelven a dar forma a una nueva lengua de arena y van desplazando la brecha hacia el sur, camino de la desembocadura natural del río Senegal, a donde se prevé que retorne cuando haya concluido su lento pero incesante avance. 

Un regreso al estado natural de la cuestión que por el camino irá segando vegetación, hábitats de especies vulnerables, refugios de aves migratorias y poniendo en riesgo hogares edificados a escasos metros del mar, como lo estaba el de Diaw Gueye y su familia en el 2017.

Casas arrasadas y hasta un hotel medio derruido presiden ahora la primera línea de costa de Gandiol, una localidad situada varios kilómetros al sur de Saint Louis y que fue de las primeras en experimentar los efectos de la brecha. Desde su playa se puede ver cómo las corrientes y los sedimentos vuelven a dar forma a una nueva lengua de arena y van desplazando la brecha hacia el sur, camino de la desembocadura natural del río Senegal, a donde se prevé que retorne cuando haya concluido su lento pero incesante avance. 

Un regreso al estado natural de la cuestión que por el camino irá segando vegetación, hábitats de especies vulnerables, refugios de aves migratorias y poniendo en riesgo hogares edificados a escasos metros del mar, como lo estaba el de Diaw Gueye y su familia en el 2017.

Restos de edificios afectados por el avance de la brecha

Diaw es una joven del barrio gandiolés de Pilot Barre, erigido en primera línea de playa, que trabaja como responsable de la biblioteca del centro cultural Aminata. Gueye no perdió la casa en la que vivía con su familia, pero sí se vio obligada a salir de ella durante una semana, en plena crisis motivada por la llegada de la brecha a esta localidad, que se vio expuesta a las inclemencias del océano y al posible derribo de múltiples viviendas. 

«Fue un poco difícil para nosotros porque nacimos aquí, crecimos aquí, y nos tuvimos que ir a vivir con mi tía porque no era seguro quedarse con el mar», declara la joven, que también subraya que la única ayuda que recibieron fue por parte de la asociación local Hahatay. «Aquí vino un ministro a preguntar qué necesitábamos. Se lo dijimos, pero no trajeron nada. Volvimos a casa y con nuestros propios medios arreglamos lo que teníamos que arreglar», apunta.

Diaw es una joven del barrio gandiolés de Pilot Barre, erigido en primera línea de playa, que trabaja como responsable de la biblioteca del centro cultural Aminata. Gueye no perdió la casa en la que vivía con su familia, pero sí se vio obligada a salir de ella durante una semana, en plena crisis motivada por la llegada de la brecha a esta localidad, que se vio expuesta a las inclemencias del océano y al posible derribo de múltiples viviendas. 

«Fue un poco difícil para nosotros porque nacimos aquí, crecimos aquí, y nos tuvimos que ir a vivir con mi tía porque no era seguro quedarse con el mar», declara la joven, que también subraya que la única ayuda que recibieron fue por parte de la asociación local Hahatay. «Aquí vino un ministro a preguntar qué necesitábamos. Se lo dijimos, pero no trajeron nada. Volvimos a casa y con nuestros propios medios arreglamos lo que teníamos que arreglar», apunta.

Ruinas del antiguo hotel en la playa de Pilot

Gueye afirma, nostálgica, que, a consecuencia de la brecha, la vida en Gandiol se ha transformado: «Solo puedo decir que echo de menos lo que solíamos hacer. Por ejemplo, cruzar hasta el mar aquí, justo al lado. Lo echo mucho de menos. Había dos hoteles, ahora no existen».

A escasa distancia del hogar de Diaw Gueye se pueden observar varias ruinas de viviendas que no corrieron la misma suerte. Como la casa de la abuela de Babacar Diop, joven de 25 años que combina los estudios en la universidad con la práctica de la pesca. Situada también en el barrio de Pilot, allí vivían sus abuelos y tres de sus tíos con sus respectivas familias.

Gueye afirma, nostálgica, que, a consecuencia de la brecha, la vida en Gandiol se ha transformado: «Solo puedo decir que echo de menos lo que solíamos hacer. Por ejemplo, cruzar hasta el mar aquí, justo al lado. Lo echo mucho de menos. Había dos hoteles, ahora no existen».

A escasa distancia del hogar de Diaw Gueye se pueden observar varias ruinas de viviendas que no corrieron la misma suerte. Como la casa de la abuela de Babacar Diop, joven de 25 años que combina los estudios en la universidad con la práctica de la pesca. Situada también en el barrio de Pilot, allí vivían sus abuelos y tres de sus tíos con sus respectivas familias.

Diaw Gueye, bibliotecaria y vecina del barrio costero de Pilot

Babacar Diop, joven pescador y habitante de la zona

Babacar Diop, joven pescador y habitante de la zona

Según él detalla, fueron más de una quincena de personas las que tuvieron que abandonar su casa para siempre debido a la llegada sin cesar de las olas del mar y a los daños causados por estas: «El mar nos afectó duramente, muy negativamente […]. En el momento en el que el mar llegó a atacar aquí, se vieron obligados a desplazarse y mudarse. El Estado no hizo nada. Fue difícil». 

Por suerte, con el paso del tiempo la situación ha ido mejorando y la emergencia ha disminuido. Hoy ya nadie en Pilot teme al paso de la brecha, oculta tras una gruesa barra de arena que ha surgido de forma natural gracias a los sedimentos del río y que ya tapa lo que, momentáneamente, por unos años, fue una nueva salida al mar para los pescadores, ahora obligados a seguir una ruta diferente para llegar a aguas abiertas.

Según él detalla, fueron más de una quincena de personas las que tuvieron que abandonar su casa para siempre debido a la llegada sin cesar de las olas del mar y a los daños causados por estas: «El mar nos afectó duramente, muy negativamente […]. En el momento en el que el mar llegó a atacar aquí, se vieron obligados a desplazarse y mudarse. El Estado no hizo nada. Fue difícil». 

Por suerte, con el paso del tiempo la situación ha ido mejorando y la emergencia ha disminuido. Hoy ya nadie en Pilot teme al paso de la brecha, oculta tras una gruesa barra de arena que ha surgido de forma natural gracias a los sedimentos del río y que ya tapa lo que, momentáneamente, por unos años, fue una nueva salida al mar para los pescadores, ahora obligados a seguir una ruta diferente para llegar a aguas abiertas.

Restos de una vivienda afectada por la brecha en Gandiol

Restos de una vivienda afectada por la brecha en Gandiol

Babacar

Vista desde el interior de la vivienda afectada

Pescadores como el hermano de Diaw, el mismo Babacar y muchos vecinos de esta zona, que han crecido con este oficio y que ejercen a bordo de las icónicas pirogues, cayucos tradicionales de madera pintados con colores vivos. Con ellos salen a la mar a faenar, aunque la sobrepesca y los cambios en el ecosistema han reducido de forma importante el número de peces disponibles en las inmediaciones. 

Además, la existencia de múltiples lenguas de arena, la profundidad variable del océano en las proximidades de la costa y las corrientes fruto de la combinación del agua del mar con el curso del río, hacen que los bolongs -así se les llama a los canales de agua salada- sean más inestables y ya no sean aguas seguras para la navegación, puesto que es fácil embarrancar y naufragar, lo que ya ha costado numerosas víctimas mortales en tiempos recientes.

Pescadores como el hermano de Diaw, el mismo Babacar y muchos vecinos de esta zona, que han crecido con este oficio y que ejercen a bordo de las icónicas pirogues, cayucos tradicionales de madera pintados con colores vivos. Con ellos salen a la mar a faenar, aunque la sobrepesca y los cambios en el ecosistema han reducido de forma importante el número de peces disponibles en las inmediaciones. 

Además, la existencia de múltiples lenguas de arena, la profundidad variable del océano en las proximidades de la costa y las corrientes fruto de la combinación del agua del mar con el curso del río, hacen que los bolongs -así se les llama a los canales de agua salada- sean más inestables y ya no sean aguas seguras para la navegación, puesto que es fácil embarrancar y naufragar, lo que ya ha costado numerosas víctimas mortales en tiempos recientes.

la batalla contra el tiempo en guet ndar

Varios kilómetros más al norte de Gandiol, ya en territorio urbano de Saint Louis, se encuentra el barrio pesquero de Guet Ndar, separado del centro de la ciudad únicamente por el puente Malick. Guet Ndar fue edificado en la propia Langue de Barbarie y, entre cemento, asfalto, bloques de viviendas y arena; alberga un bullicio y una vitalidad sin parangón.

Un barrio que exuda vida, con calles estrechas y abarrotadas, en el que la vista enseguida devuelve a personas a cargo de diferentes quehaceres relacionados con la pesca: tejiendo redes, secando pescado o adecentando las piraguas. Junto a ellos, puestos de venta ambulante, establecimientos comerciales, niños improvisando partidos de fútbol o cabezas de ganado que deambulan a un ritmo más calmado que el de sus propietarios.

Esta comunidad es una de las más importantes a nivel pesquero de toda África Occidental y libra su propia batalla contra el tiempo. El nivel del océano Atlántico no  deja de subir año tras año, agravando una erosión costera que no cesa y que devora el continente mientras pone en riesgo los hogares y los oficios de miles de personas.

Varios kilómetros más al norte de Gandiol, ya en territorio urbano de Saint Louis, se encuentra el barrio pesquero de Guet Ndar, separado del centro de la ciudad únicamente por el puente Malick. Guet Ndar fue edificado en la propia Langue de Barbarie y, entre cemento, asfalto, bloques de viviendas y arena; alberga un bullicio y una vitalidad sin parangón.

Un barrio que exuda vida, con calles estrechas y abarrotadas, en el que la vista enseguida devuelve a personas a cargo de diferentes quehaceres relacionados con la pesca: tejiendo redes, secando pescado o adecentando las piraguas. Junto a ellos, puestos de venta ambulante, establecimientos comerciales, niños improvisando partidos de fútbol o cabezas de ganado que deambulan a un ritmo más calmado que el de sus propietarios.

Esta comunidad es una de las más importantes a nivel pesquero de toda África Occidental y libra su propia batalla contra el tiempo. El nivel del océano Atlántico no  deja de subir año tras año, agravando una erosión costera que no cesa y que devora el continente mientras pone en riesgo los hogares y los oficios de miles de personas.

«Vemos cómo nuestro futuro se está arruinando. Somos pescadoras. El mar es nuestra vida, nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro», declara apesadumbrada Adia, vecina del lugar. Adia también incide en el cambio sufrido a raíz de la incisión en la arena y las complicaciones que encuentran para salir a aguas abiertas: «Antes de la brecha, los marineros traían pescado, nosotras lo comprábamos y vendíamos. Ahora, cuando el mar se pone peligroso […] los marineros no pueden trabajar sin riesgo de morir».

«Hoy en día los cayucos salen a pescar fuera durante siete días y no traen casi nada de pescado. Antes, nuestros padres, cuando iban a trabajar, se iban por la mañana, sobre las seis, y volvían por la tarde con muchísimo pescado», recuerda Aminata, vecina de Adia, sobre la evolución del oficio en apenas dos generaciones, afectado por décadas de sobrepesca en caladeros esquilmados principalmente por potencias foráneas.

«Vemos cómo nuestro futuro se está arruinando. Somos pescadoras. El mar es nuestra vida, nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro», declara apesadumbrada Adia, vecina del lugar. Adia también incide en el cambio sufrido a raíz de la incisión en la arena y las complicaciones que encuentran para salir a aguas abiertas: «Antes de la brecha, los marineros traían pescado, nosotras lo comprábamos y vendíamos. Ahora, cuando el mar se pone peligroso […] los marineros no pueden trabajar sin riesgo de morir».

«Hoy en día los cayucos salen a pescar fuera durante siete días y no traen casi nada de pescado. Antes, nuestros padres, cuando iban a trabajar, se iban por la mañana, sobre las seis, y volvían por la tarde con muchísimo pescado», recuerda Aminata, vecina de Adia, sobre la evolución del oficio en apenas dos generaciones, afectado por décadas de sobrepesca en caladeros esquilmados principalmente por potencias foráneas.

Detalle de una de las viviendas de Guet Ndar

Detalle de una de las viviendas de Guet Ndar

Vista de un bloque de viviendas en Guet Ndar

Vista de un bloque de viviendas en Guet Ndar

Es por esto que ahora son habituales las salidas hasta Mauritania, país con el que se avivan las disputas territoriales. Pero también a zonas más lejanas como la Casamance -territorio senegalés situado cientos de kilómetros al sur- o hasta las costas de Guinea-Bissau, desplazamientos en busca de pescado que duran varios días y que no están exentos de riesgo.

El marinero Pape Abou Ndiaye, residente también de Guet Ndar, explica la tesitura en la que se encuentran muchos pescadores al volver de las largas jornadas faenando: «Estamos fuera varios días, emigramos a otros sitios y a veces volvemos con bastantes cajas de pescado. Pero claro, de regreso a casa, cuando llegas por la brecha y el mar está movido, pues hay la posibilidad de que perdamos todo; si el mar está agitado y no hace buen tiempo, el cayuco puede derrumbarse».

Es por esto que ahora son habituales las salidas hasta Mauritania, país con el que se avivan las disputas territoriales. Pero también a zonas más lejanas como la Casamance -territorio senegalés situado cientos de kilómetros al sur- o hasta las costas de Guinea-Bissau, desplazamientos en busca de pescado que duran varios días y que no están exentos de riesgo.

El marinero Pape Abou Ndiaye, residente también de Guet Ndar, explica la tesitura en la que se encuentran muchos pescadores al volver de las largas jornadas faenando: «Estamos fuera varios días, emigramos a otros sitios y a veces volvemos con bastantes cajas de pescado. Pero claro, de regreso a casa, cuando llegas por la brecha y el mar está movido, pues hay la posibilidad de que perdamos todo; si el mar está agitado y no hace buen tiempo, el cayuco puede derrumbarse».

Embarcaciones pesqueras en la playa de Guet Ndar

En este sentido, aparte del riesgo que atañe para las vidas humanas, también son muchos los daños que se ocasionan en los cayucos y materiales de pesca. Ibrahima Gueye, joven pescador local, cuenta que hace unos meses su embarcación para poder trabajar terminó destrozada por lo agitado del mar: «Es muy duro, ya que inviertes durante muchísimos años para poder obtener tu cayuco. […] No recibimos ayuda de parte de nadie. […] Tú te apañas con lo que tienes y te buscas la vida», concluye duramente sobre el desamparo con el que viven miles de pescadores.

Esta población pesquera coincide en que lo único que les queda es «la esperanza en Dios» y seguir reclamando soluciones para poder «ir a trabajar con tranquilidad, sin correr riesgos». Algunas, como Adia van más allá de las medidas únicamente para la pesca y declaran su predisposición a dedicarse a nuevos empleos: «Si se me ofrece un trabajo legal, estoy dispuesta a trabajar en cualquier campo, siempre y cuando sea digno, ya que me criaron en una familia muy trabajadora. Desde pequeña he sido muy trabajadora y me han inculcado la ideología de una mujer empoderada que no depende de nadie».

En este sentido, aparte del riesgo que atañe para las vidas humanas, también son muchos los daños que se ocasionan en los cayucos y materiales de pesca. Ibrahima Gueye, joven pescador local, cuenta que hace unos meses su embarcación para poder trabajar terminó destrozada por lo agitado del mar: «Es muy duro, ya que inviertes durante muchísimos años para poder obtener tu cayuco. […] No recibimos ayuda de parte de nadie. […] Tú te apañas con lo que tienes y te buscas la vida», concluye duramente sobre el desamparo con el que viven miles de pescadores.

Esta población pesquera coincide en que lo único que les queda es «la esperanza en Dios» y seguir reclamando soluciones para poder «ir a trabajar con tranquilidad, sin correr riesgos». Algunas, como Adia van más allá de las medidas únicamente para la pesca y declaran su predisposición a dedicarse a nuevos empleos: «Si se me ofrece un trabajo legal, estoy dispuesta a trabajar en cualquier campo, siempre y cuando sea digno, ya que me criaron en una familia muy trabajadora. Desde pequeña he sido muy trabajadora y me han inculcado la ideología de una mujer empoderada que no depende de nadie».

Siete años sin hogar

Si otrora el mar fue fuente de alimento y medio de vida para la población de los barrios costeros de Saint Louis, hoy la realidad es otra: ha terminado siendo el elemento que expulsa a los allí residentes. La acentuada erosión costera ha provocado que sean ya miles las personas que han perdido sus casas ante el irrefrenable avance de unas voraces mareas reclamando su terreno. Una situación crítica que ha forzado a la gran mayoría de los afectados a tener que alejarse de las calles donde nacieron y crecieron, a separarse de sus familias y amistades, y a verse convertidos en refugiados climáticos.

Uno de los campamentos donde se ha reubicado a esta población es el conocido como La Nouvelle Arrêt Aida Diougop, en el que permanecen a la espera de una solución que les permita regresar a sus viviendas o instalarse en nuevos hogares. Docenas de habitáculos de idéntica composición, levantados con plásticos, tela y metal, sirven hoy como domicilio a todas las familias aquí residentes, desplazadas de sus hogares a causa de la erosión costera y realojadas en esta zona de interior alejada más de diez kilómetros del mar y de sus oficios.

Ropa tendida, niños correteando por calles de arena, cabras y gallinas son los elementos protagonistas de este espacio, en el que apenas se ven hombres adultos. Muchos de ellos, explican las residentes, se han quedado en el barrio pesquero de Guet Ndar o en sus localidades de origen, ante la falta de oportunidades de empleo en este nuevo enclave.

Si otrora el mar fue fuente de alimento y medio de vida para la población de los barrios costeros de Saint Louis, hoy la realidad es otra: ha terminado siendo el elemento que expulsa a los allí residentes. La acentuada erosión costera ha provocado que sean ya miles las personas que han perdido sus casas ante el irrefrenable avance de unas voraces mareas reclamando su terreno. Una situación crítica que ha forzado a la gran mayoría de los afectados a tener que alejarse de las calles donde nacieron y crecieron, a separarse de sus familias y amistades, y a verse convertidos en refugiados climáticos.

Uno de los campamentos donde se ha reubicado a esta población es el conocido como La Nouvelle Arrêt Aida Diougop, en el que permanecen a la espera de una solución que les permita regresar a sus viviendas o instalarse en nuevos hogares. Docenas de habitáculos de idéntica composición, levantados con plásticos, tela y metal, sirven hoy como domicilio a todas las familias aquí residentes, desplazadas de sus hogares a causa de la erosión costera y realojadas en esta zona de interior alejada más de diez kilómetros del mar y de sus oficios.

Ropa tendida, niños correteando por calles de arena, cabras y gallinas son los elementos protagonistas de este espacio, en el que apenas se ven hombres adultos. Muchos de ellos, explican las residentes, se han quedado en el barrio pesquero de Guet Ndar o en sus localidades de origen, ante la falta de oportunidades de empleo en este nuevo enclave.

«Actualmente no estoy trabajando, estoy aquí cuidando de mi familia», responde Fatou Sy, una de las mujeres refugiadas, quien, en una breve entrevista, cuenta que su oficio era la venta de pescado en el ya mencionado barrio de Saint Louis, donde vivían hasta que el mar se tragó su vivienda en el 2017.

«Nos trasladaron a una escuela mientras buscaban soluciones. Estuvimos viviendo ahí unos meses y luego nos llevaron a Khar Yalla». Bajo el nombre en wólof de «Esperando a Dios» se bautizó a Khar Yalla, el primer campamento de refugiados, que se erigió en un descampado cerca de la ciudad para acoger a las personas afectadas por la erosión costera. Un lugar en el que Fatou Sy permaneció junto a su familia durante tres años antes de ser reubicados en Diougop, donde permanecen desde 2019.

«El agua se llevó nuestras casas, nuestras habitaciones y nuestros enseres. Se derrumbaron tres habitaciones de nuestra casa y ahora solo queda una, pero está en muy malas condiciones», añade Sy, que recuerda la crudeza de los primeros meses fuera de su hogar.

«Actualmente no estoy trabajando, estoy aquí cuidando de mi familia», responde Fatou Sy, una de las mujeres refugiadas, quien, en una breve entrevista, cuenta que su oficio era la venta de pescado en el ya mencionado barrio de Saint Louis, donde vivían hasta que el mar se tragó su vivienda en el 2017.

«Nos trasladaron a una escuela mientras buscaban soluciones. Estuvimos viviendo ahí unos meses y luego nos llevaron a Khar Yalla». Bajo el nombre en wólof de «Esperando a Dios» se bautizó a Khar Yalla, el primer campamento de refugiados, que se erigió en un descampado cerca de la ciudad para acoger a las personas afectadas por la erosión costera. Un lugar en el que Fatou Sy permaneció junto a su familia durante tres años antes de ser reubicados en Diougop, donde permanecen desde 2019.

«El agua se llevó nuestras casas, nuestras habitaciones y nuestros enseres. Se derrumbaron tres habitaciones de nuestra casa y ahora solo queda una, pero está en muy malas condiciones», añade Sy, que recuerda la crudeza de los primeros meses fuera de su hogar.

Vista aérea del campamento de refugiados Aida Diougop

Vista aérea del campamento de refugiados Aida Diougop

Hasta cinco familias compartían espacio en cada aula de la escuela donde fueron ubicados en primera instancia. «No fue nada fácil», admite. Los comienzos en Khar Yalla no fueron mucho más cómodos, ya que cada tienda -sin instalación eléctrica y con suministros comunes de agua- era compartida por tres o cuatro unidades familiares mientras se iba adecentando el resto de las instalaciones.

En el campamento de refugiados recibieron ayuda alimenticia y logística por parte del Estado en momentos puntuales. Cereales, verduras, carne, menaje del hogar o ropa, para distribuir entre los habitantes, a los que también se le facilitaron cheques y ayuda monetaria para hacer frente a los gastos del día a día.

Posteriormente, llegó el traslado a Diougop, donde han sido reinstalados en tiendas unifamiliares provisionales, mientras -indica Sy- se están construyendo bloques de viviendas en las proximidades para ser entregados a los residentes como solución habitacional definitiva.

Hasta cinco familias compartían espacio en cada aula de la escuela donde fueron ubicados en primera instancia. «No fue nada fácil», admite. Los comienzos en Khar Yalla no fueron mucho más cómodos, ya que cada tienda -sin instalación eléctrica y con suministros comunes de agua- era compartida por tres o cuatro unidades familiares mientras se iba adecentando el resto de las instalaciones.

En el campamento de refugiados recibieron ayuda alimenticia y logística por parte del Estado en momentos puntuales. Cereales, verduras, carne, menaje del hogar o ropa, para distribuir entre los habitantes, a los que también se le facilitaron cheques y ayuda monetaria para hacer frente a los gastos del día a día.

Posteriormente, llegó el traslado a Diougop, donde han sido reinstalados en tiendas unifamiliares provisionales, mientras -indica Sy- se están construyendo bloques de viviendas en las proximidades para ser entregados a los residentes como solución habitacional definitiva.

Población en las calles del campamento de refugiados

Población en las calles del campamento de refugiados

El ambiente y las perspectivas de futuro son más optimistas que en Khar Yalla. «Ahora mismo, bajo esta situación, pues no podemos disfrutar como antes, pero nos sacrificamos e intentamos reunirnos», afirma Fatou Sy, que cuenta que cada sábado las familias de Guet Ndar intentan reunirse «para hablar y disfrutar de tiempo de calidad» aunque no siempre les es posible.

«Cada familia se busca la vida como puede», ya que han dejado de tener el mar cerca y, con ello, se han alejado de sus oficios tradicionales: la recolección y venta de pescado. «Para ir hasta allí tenemos que caminar kilómetros y es muy duro. Vamos para poder traer algo a casa y a veces hay suerte y otras veces no».

Mientras tanto, los niños pueden acudir a las guarderías y escuelas -hasta de educación secundaria- que se han ido montando para que la formación de los más jóvenes no se vea afectada por esta situación, a priori provisional, y que ya se ha alargado por cerca de siete años.

No obstante, no son pocas las familias que han decidido abandonar estas unidades móviles para volver a su barrio e intentar apañárselas en sus casas medio derruidas. «Hemos llegado al límite, de todo lo que nos han prometido no hemos visto nada. En el campamento no teníamos alimentación ni agua suficiente, así que hemos decidido volver», cuenta una vecina de Guet Ndar al preguntarle por qué dejó el campamento.

El ambiente y las perspectivas de futuro son más optimistas que en Khar Yalla. «Ahora mismo, bajo esta situación, pues no podemos disfrutar como antes, pero nos sacrificamos e intentamos reunirnos», afirma Fatou Sy, que cuenta que cada sábado las familias de Guet Ndar intentan reunirse «para hablar y disfrutar de tiempo de calidad» aunque no siempre les es posible.

«Cada familia se busca la vida como puede», ya que han dejado de tener el mar cerca y, con ello, se han alejado de sus oficios tradicionales: la recolección y venta de pescado. «Para ir hasta allí tenemos que caminar kilómetros y es muy duro. Vamos para poder traer algo a casa y a veces hay suerte y otras veces no».

Mientras tanto, los niños pueden acudir a las guarderías y escuelas -hasta de educación secundaria- que se han ido montando para que la formación de los más jóvenes no se vea afectada por esta situación, a priori provisional, y que ya se ha alargado por cerca de siete años.

No obstante, no son pocas las familias que han decidido abandonar estas unidades móviles para volver a su barrio e intentar apañárselas en sus casas medio derruidas. «Hemos llegado al límite, de todo lo que nos han prometido no hemos visto nada. En el campamento no teníamos alimentación ni agua suficiente, así que hemos decidido volver», cuenta una vecina de Guet Ndar al preguntarle por qué dejó el campamento.

Detalle del interior de la vivienda de Fatou Sy en el campamento

Detalle del interior de la vivienda de Fatou Sy en el campamento

El cineasta local Massow Ka, también conocido con el nombre artístico de El Junio, ha trabajado durante todo este tiempo con la población de los campamentos de refugiados, a la que ha filmado para narrar sus historias y cuyas reclamaciones ha contribuido a amplificar. Su obra, receptora de premios a nivel nacional, ha ayudado a evidenciar las dificultades con las que conviven estas personas y ha puesto el foco en la necesidad de atajar su situación.

Un reflejo de esto es su última película documental, «Yaram», basada en una joven del barrio de Guet Ndar que pierde su casa y sus sueños a causa de la erosión costera, lo que la lleva a convertirse en una refugiada del campamento de Khar Yalla. Por este trabajo, Ka recibió el premio Wildo en la pasada edición del festival Saint Louis Docs.

El cineasta local Massow Ka, también conocido con el nombre artístico de El Junio, ha trabajado durante todo este tiempo con la población de los campamentos de refugiados, a la que ha filmado para narrar sus historias y cuyas reclamaciones ha contribuido a amplificar. Su obra, receptora de premios a nivel nacional, ha ayudado a evidenciar las dificultades con las que conviven estas personas y ha puesto el foco en la necesidad de atajar su situación.

Un reflejo de esto es su última película documental, «Yaram», basada en una joven del barrio de Guet Ndar que pierde su casa y sus sueños a causa de la erosión costera, lo que la lleva a convertirse en una refugiada del campamento de Khar Yalla. Por este trabajo, Ka recibió el premio Wildo en la pasada edición del festival Saint Louis Docs.

Massow Ka, cineasta de Saint Louis también conocido como El Junio

«Es la acción de los humanos la que ha causado este problema ético. No es un efecto natural, sino un efecto que nosotros mismos hemos creado al intentar encontrar otras alternativas para podernos salvar y que finalmente han causado aún más daños», reflexiona, en una entrevista acerca de los cambios experimentados en el entorno en los últimos años.

Además, hace especial hincapié en la importancia de que su obra reserve un lugar especial para «esa dignidad que mantienen siempre todas esta familias de pescadores desplazadas hasta que el buen Dios les ayude». Asimismo, recalca la necesidad de crear un marco de diálogo que permita reflexionar sobre los efectos del cambio climático sobre la población, ya que -denuncia- la aproximación a esta materia se hace «desde un punto de vista científico» que olvida la realidad de las personas refugiadas y más afectadas por este fenómeno.

«Es la acción de los humanos la que ha causado este problema ético. No es un efecto natural, sino un efecto que nosotros mismos hemos creado al intentar encontrar otras alternativas para podernos salvar y que finalmente han causado aún más daños», reflexiona, en una entrevista acerca de los cambios experimentados en el entorno en los últimos años.

Además, hace especial hincapié en la importancia de que su obra reserve un lugar especial para «esa dignidad que mantienen siempre todas esta familias de pescadores desplazadas hasta que el buen Dios les ayude». Asimismo, recalca la necesidad de crear un marco de diálogo que permita reflexionar sobre los efectos del cambio climático sobre la población, ya que -denuncia- la aproximación a esta materia se hace «desde un punto de vista científico» que olvida la realidad de las personas refugiadas y más afectadas por este fenómeno.

la emigración: una salida arriesgada

Aunque la mayoría de los habitantes de esta región se empeña en seguir adelante, la falta de alternativas y el pesimismo son palpables en el ambiente. La escasez de trabajo y oportunidades hacen de Guet Ndar y sus alrededores un puerto de salida regular para embarcaciones con migrantes. Desde estas costas emprendieron el viaje solo de ida hacia el continente europeo las barcas en la llamada crisis de los cayucos de 2006 y 2007, concretamente hacia las islas Canarias.

A una distancia aproximada de un viaje de ida y vuelta a Guinea-Bisáu desde Saint Louis, una ruta pesquera común en la actualidad ante la falta de pescado en las costas senegalesas, se encuentran estas islas españolas. Más de mil kilómetros que no impiden que decenas de miles de personas se aferren cada año a la posibilidad de la migración marítima para intentar llegar a suelo europeo.

Aunque la mayoría de los habitantes de esta región se empeña en seguir adelante, la falta de alternativas y el pesimismo son palpables en el ambiente. La escasez de trabajo y oportunidades hacen de Guet Ndar y sus alrededores un puerto de salida regular para embarcaciones con migrantes. Desde estas costas emprendieron el viaje solo de ida hacia el continente europeo las barcas en la llamada crisis de los cayucos de 2006 y 2007, concretamente hacia las islas Canarias.

A una distancia aproximada de un viaje de ida y vuelta a Guinea-Bisáu desde Saint Louis, una ruta pesquera común en la actualidad ante la falta de pescado en las costas senegalesas, se encuentran estas islas españolas. Más de mil kilómetros que no impiden que decenas de miles de personas se aferren cada año a la posibilidad de la migración marítima para intentar llegar a suelo europeo.

Un niño juega al fútbol en la playa de Guet Ndar

Esa fue la decisión que tomó el hermano de la joven gandiolesa Diaw Gueye. Por suerte, el viaje fue exitoso y hoy él «está a gusto» en España, asegura su hermana. «Durante una semana no supimos nada […]. Estuvimos preocupados, la verdad, cuando llegó y llamó por teléfono le preguntamos y nos dijo que todo fue muy bien», relata con alivio.

Este 2023 se ha vivido un récord histórico de llegadas a las Islas Canarias, puesto que se que han superado incluso las cifras de la famosa crisis de los cayucos de hace 17 años, De este modo, según los datos hechos públicos por el ministerio del Interior, un total de 39.910 personas arribaron a las costas insulares en 610 embarcaciones diferentes, un 154,5 % más que en el año anterior.

Desgraciadamente, muchas de las personas que se suben a las coloridas pirogues no vuelven a pisar tierra. La ruta migratoria desde África Occidental –incluye la salida desde las costas de Senegal, Gambia, Mauritania y Marruecos- a las islas Canarias es una de las más mortales del mundo.

Esta vía es peligrosa por las largas travesías a mar abierto, en el mejor de los casos una semana desde el norte de Senegal, combinadas con las condiciones de hacinamiento e innavegabilidad de los cayucos, que muchas veces quedan a la deriva sin carburante ni suficiente comida ni agua, y la falta de operaciones de búsqueda y rescate.

Esa fue la decisión que tomó el hermano de la joven gandiolesa Diaw Gueye. Por suerte, el viaje fue exitoso y hoy él «está a gusto» en España, asegura su hermana. «Durante una semana no supimos nada […]. Estuvimos preocupados, la verdad, cuando llegó y llamó por teléfono le preguntamos y nos dijo que todo fue muy bien», relata con alivio.

Este 2023 se ha vivido un récord histórico de llegadas a las Islas Canarias, puesto que se que han superado incluso las cifras de la famosa crisis de los cayucos de hace 17 años, De este modo, según los datos hechos públicos por el ministerio del Interior, un total de 39.910 personas arribaron a las costas insulares en 610 embarcaciones diferentes, un 154,5 % más que en el año anterior.

Desgraciadamente, muchas de las personas que se suben a las coloridas pirogues no vuelven a pisar tierra. La ruta migratoria desde África Occidental –incluye la salida desde las costas de Senegal, Gambia, Mauritania y Marruecos- a las islas Canarias es una de las más mortales del mundo.

Esta vía es peligrosa por las largas travesías a mar abierto, en el mejor de los casos una semana desde el norte de Senegal, combinadas con las condiciones de hacinamiento e innavegabilidad de los cayucos, que muchas veces quedan a la deriva sin carburante ni suficiente comida ni agua, y la falta de operaciones de búsqueda y rescate.

Pirogue en primera línea de costa en Guet Ndar

La distancia que separa las costas africanas del archipiélago canario se ha cobrado miles de vidas en los últimos años. La cifra de personas que han muerto a lo largo de 2023 solo en este trayecto, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), asciende a 956. Mejor dicho, a al menos 956, porque la organización únicamente incluye como víctimas aquellas personas de las que ha podido recuperarse el cuerpo o naufragios con testimonios de supervivientes.

Mientras tanto, los datos de la ONG Caminando Fronteras arrojan un balance mucho más desolador. Según los cálculos del observatorio de derechos humanos de esta entidad, unas 6.007 personas habrían fallecido a lo largo de 2023 en la conocida como ruta canaria en 128 siniestros diferentes. De ellas, 3.176 habrían partido desde Senegal y varios cientos más de países vecinos como Gambia o Mauritania. La gran inestabilidad política y social del país provocó un notable repunte de los flujos migratorios a partir del mes de junio, coincidiendo con las protestas -duramente reprimidas, con multitud de muertos y heridos- por el encarcelamiento y la inhabilitación del líder opositor Ousmane Sonko.

De media, según los datos de Caminando Fronteras, más de 16 personas se dejaron la vida cada día de 2023 en su intento de alcanzar suelo europeo desde la costa atlántica africana. Una cada noventa minutos. Un goteo incesante que, más allá del baile de cifras y métodos de conteo, evidencia un drama humano de enormes proporciones.

La distancia que separa las costas africanas del archipiélago canario se ha cobrado miles de vidas en los últimos años. La cifra de personas que han muerto a lo largo de este año solo en este trayecto, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), asciende a 956. Mejor dicho, a al menos 956, porque la organización únicamente incluye como víctimas aquellas personas de las que ha podido recuperarse el cuerpo o naufragios con testimonios de supervivientes.

Mientras tanto, los datos de la ONG Caminando Fronteras arrojan un balance mucho más desolador. Según los cálculos del observatorio de derechos humanos de esta entidad, unas 6.007 personas habrían fallecido a lo largo de 2023 en la conocida como ruta canaria en 128 siniestros diferentes. De ellas, 3.176 habrían partido desde Senegal y varios cientos más de países vecinos como Gambia o Mauritania. La gran inestabilidad política y social del país provocó un notable repunte de los flujos migratorios a partir del mes de junio, coincidiendo con las protestas -duramente reprimidas, con multitud de muertos y heridos- por el encarcelamiento y la inhabilitación del líder opositor Ousmane Sonko.

De media, según los datos de Caminando Fronteras, más de 16 personas se dejaron la vida cada día de 2023 en su intento de alcanzar suelo europeo desde la costa atlántica africana. Una cada noventa minutos. Un goteo incesante que, más allá del baile de cifras y métodos de conteo, evidencia un drama humano de enormes proporciones.

la salinización de las tierras de cultivo

Si la brecha ha traído impactos negativos en la actividad pesquera, también ha hecho lo mismo con los cultivos agrícolas. La salinidad de toda la desembocadura del río Senegal ha ido en aumento desde la construcción de una presa río arriba, que impide las crecidas de nivel en amplias áreas de territorio, pero también afecta a la composición del agua de este curso fluvial. Todo ello, sumado a la nueva apertura practicada en el tramo final del río ha provocado que se registren niveles de salinidad mucho mayores a los de antaño.

Así, en los últimos años, mucha gente que cultivaba en las tierras ribereñas del entorno de la Langue de Barbarie durante la temporada de lluvias dejó de poder hacerlo, se perdió gran cantidad de suelo agrícola y la gente se vio obligada a emigrar hacia el interior para poder seguir produciendo.

Si la brecha ha traído impactos negativos en la actividad pesquera, también ha hecho lo mismo con los cultivos agrícolas. La salinidad de toda la desembocadura del río Senegal ha ido en aumento desde la construcción de una presa río arriba, que impide las crecidas de nivel en amplias áreas de territorio, pero también afecta a la composición del agua de este curso fluvial. Todo ello, sumado a la nueva apertura practicada en el tramo final del río ha provocado que se registren niveles de salinidad mucho mayores a los de antaño.

Así, en los últimos años, mucha gente que cultivaba en las tierras ribereñas del entorno de la Langue de Barbarie durante la temporada de lluvias dejó de poder hacerlo, se perdió gran cantidad de suelo agrícola y la gente se vio obligada a emigrar hacia el interior para poder seguir produciendo.

Fatou Khol, presidenta del Grupo de Interés Económico del pueblo de Muite y ecoguarda del Parque Nacional

«Actualmente tenemos escasos terrenos para trabajar, Gandiol solía tener terrenos para cultivos y pesca. Las consecuencias de la brecha han afectado gravemente a nuestra comunidad», dice apesadumbrada Fatou Khol, presidenta del Grupo de Interés Económico (GIE) del pueblo de Muite y ecoguarda del Parque Nacional de la Langue de Barbarie.

«Las mujeres han estado haciendo un gran esfuerzo. Antes solían trabajar en la agricultura y cosechaban productos como patatas, repollo, sandías, etc. Sin embargo, debido a la brecha, muchas de estas actividades ya no son posibles», concreta.

«Actualmente tenemos escasos terrenos para trabajar, Gandiol solía tener terrenos para cultivos y pesca. Las consecuencias de la brecha han afectado gravemente a nuestra comunidad», dice apesadumbrada Fatou Khol, presidenta del Grupo de Interés Económico (GIE) del pueblo de Muite y ecoguarda del Parque Nacional de la Langue de Barbarie.

«Las mujeres han estado haciendo un gran esfuerzo. Antes solían trabajar en la agricultura y cosechaban productos como patatas, repollo, sandías, etc. Sin embargo, debido a la brecha, muchas de estas actividades ya no son posibles», concreta.

nuevas oportunidades y una solución imposible

Por su parte, Moussa Niang, también ecoguarda, explica que toda la zona del sur de Saint Louis fue reconocida como Parque Nacional hace casi medio siglo con el objetivo de protegerla en calidad de área de puesta de huevos de tortugas marinas, ya que es una de las pocas zonas costeras a las que todavía regresan estos animales para desovar en Senegal. Además, el parque sirve de parada y lugar de resguardo para multitud de aves que se desplazan entre África y Europa de manera estacional.

Por su parte, Moussa Niang, también ecoguarda, explica que toda la zona del sur de Saint Louis fue reconocida como Parque Nacional hace casi medio siglo con el objetivo de protegerla en calidad de área de puesta de huevos de tortugas marinas, ya que es una de las pocas zonas costeras a las que todavía regresan estos animales para desovar en Senegal. Además, el parque sirve de parada y lugar de resguardo para multitud de aves que se desplazan entre África y Europa de manera estacional.

Moussa Niang, ecoguarda del Parque Nacional de la Langue de Barbarie

Aunque en un principio las consecuencias más inmediatas de los cambios en el entorno puedan parecer negativas, Niang también observa que ha habido impactos positivos en el territorio. Como muestra de ellos, menciona que, a nivel medioambiental, se ha conseguido que gracias a la brecha los niveles de agua en el entorno del parque sean más altos y las lagunas estén siempre llenas -antes solo lo estaban en época de lluvias-, favoreciendo la recuperación de manglares y la aparición de «nuevas franjas de arena» que los pájaros han colonizado poco a poco. «Hay aspectos positivos y negativos, eso depende de la persona que hable», resume.

Algunas de las nuevas posibilidades abiertas por los cambios en el ecosistema son la producción de sal o el marisqueo de bivalvos. Ambas actividades se llevan a cabo durante los meses secos del año y emplean mayoritariamente a las mujeres de la zona, lo que abre la puerta a un nuevo tipo de opciones laborales para la población femenina. Aunque, como presidenta del GIE, Khol advierte de que también «presentan desafíos, como la seguridad de las trabajadoras».

Aunque en un principio las consecuencias más inmediatas de los cambios en el entorno puedan parecer negativas, Niang también observa que ha habido impactos positivos en el territorio. Como muestra de ellos, menciona que, a nivel medioambiental, se ha conseguido que gracias a la brecha los niveles de agua en el entorno del parque sean más altos y las lagunas estén siempre llenas -antes solo lo estaban en época de lluvias-, favoreciendo la recuperación de manglares y la aparición de «nuevas franjas de arena» que los pájaros han colonizado poco a poco. «Hay aspectos positivos y negativos, eso depende de la persona que hable», resume.

Algunas de las nuevas posibilidades abiertas por los cambios en el ecosistema son la producción de sal o el marisqueo de bivalvos. Ambas actividades se llevan a cabo durante los meses secos del año y emplean mayoritariamente a las mujeres de la zona, lo que abre la puerta a un nuevo tipo de opciones laborales para la población femenina. Aunque, como presidenta del GIE, Khol advierte de que también «presentan desafíos, como la seguridad de las trabajadoras».

Mujeres reunidas en la playa de Gandiol

Mujeres reunidas en la playa de Gandiol

Poniendo ya la mirada en el futuro, Moussa Niang vaticina que tan solo queda adaptarse a lo que esté por venir y la naturaleza disponga. Cita expresamente la palabra «resiliencia» como base de una filosofía de vida con la que encarar esta situación. Bajo su criterio, lo correcto sería «dejar que la naturaleza haga por sí misma», ya que -y menciona los testimonios de diferentes ancianos y jefes locales- «estos son fenómenos que siempre han existido, que la gente siempre los ha vivido». Por ese motivo reniega de soluciones faraónicas o que traten de poner puertas al campo en intentos fútiles de alterar o frenar las dinámicas propias de océano y río.

Desde el punto de vista académico y científico, este parece ser el consenso: dejar actuar a la naturaleza. «La apertura de la brecha es una decisión política para arreglar una cuestión concreta en una zona un poco frágil», manifiesta Ibrahim Diatta, geógrafo de la universidad Gaston Berger de Saint Louis, que liga todos los efectos que se están viviendo en este territorio a fenómenos propios del cambio climático agravados y acelerados por intervenciones de este estilo. «Por lo que a mí respecta, llegué a la conclusión de que el Estado debería intentar trasladar a la población un poco hacia el interior y dejar que la naturaleza, dada la particularidad de la zona, haga realmente su trabajo. Y luego ya veremos cómo adaptarnos a ello».

 Poniendo ya la mirada en el futuro, Moussa Niang vaticina que tan solo queda adaptarse a lo que esté por venir y la naturaleza disponga. Cita expresamente la palabra «resiliencia» como base de una filosofía de vida con la que encarar esta situación. Bajo su criterio, lo correcto sería «dejar que la naturaleza haga por sí misma», ya que -y menciona los testimonios de diferentes ancianos y jefes locales- «estos son fenómenos que siempre han existido, que la gente siempre los ha vivido». Por ese motivo reniega de soluciones faraónicas o que traten de poner puertas al campo en intentos fútiles de alterar o frenar las dinámicas propias de océano y río.

Desde el punto de vista académico y científico, este parece ser el consenso: dejar actuar a la naturaleza. «La apertura de la brecha es una decisión política para arreglar una cuestión concreta en una zona un poco frágil», manifiesta Ibrahim Diatta, geógrafo de la universidad Gaston Berger de Saint Louis, que liga todos los efectos que se están viviendo en este territorio a fenómenos propios del cambio climático agravados y acelerados por intervenciones de este estilo. «Por lo que a mí respecta, llegué a la conclusión de que el Estado debería intentar trasladar a la población un poco hacia el interior y dejar que la naturaleza, dada la particularidad de la zona, haga realmente su trabajo. Y luego ya veremos cómo adaptarnos a ello».

Ibrahim Diatta, geógrafo de la universidad Gaston Berger de Saint Louis

Una decisión que supone dejar que el mar se trague más viviendas, hoteles o escuelas, pero que ve más realista que intentar calmar, orientar y manejar fenómenos imposibles de controlar. «No sabemos, no podemos predecir lo que la naturaleza nos va a dar. Tal vez se produzcan otros fenómenos. Es decir, tal vez veamos que la playa se amplía o tal vez veamos que la naturaleza sigue erosionando la playa. No lo sabemos, así que en este caso es mejor observar», concluye.

Este análisis más frío choca con las realidades de las personas que han ido perdiendo sus hogares y sus puestos de trabajo como causa directa del avance de la brecha y las alteraciones en el entorno. A pocos kilómetros del despacho desde donde Diatta expone su resignación ante los designios de la naturaleza miles de personas ven cada día cómo el Atlántico hace menguar la playa sobre la que se erige Guet Ndar.

Si el nivel del mar sigue creciendo puede que la inmensa barra de arena sobre la que una vez desfilaban ejércitos coloniales, reposaban cientos de pirogues o miles de jóvenes emulaban a sus ídolos futbolísticos pase a la historia en apenas unas generaciones. En cuestión de unas pocas décadas, es posible que la vida que hoy brota a borbotones de cada resquicio de este singular barrio costero haya tenido que partir hacia otros lugares libres de amenazas o con mejores perspectivas de futuro.

Saint Louis, la ciudad y sus inmediaciones, son hoy el escenario donde múltiples problemas y casuísticas concurren a la vez. La erosión costera, el cambio climático, la brecha y la destrucción de hogares y ecosistemas que deja a su avance. Continuos cambios en un entorno donde los intereses humanos son también diversos y no siempre conciliables. Intervenciones precipitadas y dinámicas globales han llevado a un presente volátil, de futuro incierto. Mientras las autoridades y los expertos improvisan y perseveran en búsqueda de una solución, quizá imposible, que agrade a todas las partes implicadas; el río Senegal insiste en volver a su lugar de encuentro con el mar. Y así cerrar él mismo la brecha que otros abrieron.

Una decisión que supone dejar que el mar se trague más viviendas, hoteles o escuelas, pero que ve más realista que intentar calmar, orientar y manejar fenómenos imposibles de controlar. «No sabemos, no podemos predecir lo que la naturaleza nos va a dar. Tal vez se produzcan otros fenómenos. Es decir, tal vez veamos que la playa se amplía o tal vez veamos que la naturaleza sigue erosionando la playa. No lo sabemos, así que en este caso es mejor observar», concluye.

Este análisis más frío choca con las realidades de las personas que han ido perdiendo sus hogares y sus puestos de trabajo como causa directa del avance de la brecha y las alteraciones en el entorno. A pocos kilómetros del despacho desde donde Diatta expone su resignación ante los designios de la naturaleza miles de personas ven cada día cómo el Atlántico hace menguar la playa sobre la que se erige Guet Ndar.

Si el nivel del mar sigue creciendo puede que la inmensa barra de arena sobre la que una vez desfilaban ejércitos coloniales, reposaban cientos de pirogues o miles de jóvenes emulaban a sus ídolos futbolísticos pase a la historia en apenas unas generaciones. En cuestión de unas pocas décadas, es posible que la vida que hoy brota a borbotones de cada resquicio de este singular barrio costero haya tenido que partir hacia otros lugares libres de amenazas o con mejores perspectivas de futuro.

Saint Louis, la ciudad y sus inmediaciones, son hoy el escenario donde múltiples problemas y casuísticas concurren a la vez. La erosión costera, el cambio climático, la brecha y la destrucción de hogares y ecosistemas que deja a su avance. Continuos cambios en un entorno donde los intereses humanos son también diversos y no siempre conciliables. Intervenciones precipitadas y dinámicas globales han llevado a un presente volátil, de futuro incierto. Mientras las autoridades y los expertos improvisan y perseveran en búsqueda de una solución, quizá imposible, que agrade a todas las partes implicadas; el río Senegal insiste en volver a su lugar de encuentro con el mar. Y así cerrar él mismo la brecha que otros abrieron.

Créditos

Reportaje realizado por:

Javier Ramos, Mar Navarro, Maréme Fall

Bajo la coordinación de:

Antonio Grunfeld

Con la producción de:

Agareso, Asociación Gallega de Comunicación para el Cambio Social

Este trabajo es el resultado del viaje de prácticas previsto por el XIII Seminario de Comunicación Social y Cooperación Internacional organizado por Agareso, dentro del proyecto educativo Xeración Contrainfo

Con la financiación de:

Xunta de Galicia, a través de Cooperación Galega

 

Agradecimientos

Este reportaje no habría sido posible sin la inestimable colaboración de los integrantes de la asociación Hahatay – Son risas de Gandiol, a quienes agradecemos, en primer lugar, su acogida y convivencia durante más de una semana en la residencia artística Dëkandoo.

En especial, damos las gracias a Laura Feal por haber sido clave en el origen de este proyecto, por todas las facilidades ofrecidas y por el conocimiento compartido.

La Brecha tampoco existiría sin la colaboración amable, altruista y profesional de Adia Penda Mboup Khadim Diop en diferentes labores de producción.

También agradecemos a Massow Ka (El Junio) que haya compartido sus trabajos con nosotros y nos guiase en nuestra visita al campamento de refugiados Aida Diougop

Por último, transmitir todo nuestro afecto a Antonio Grunfeld y a todo el equipo humano de Agareso por la confianza depositada en nosotros y por habernos brindado la oportunidad de llevar a cabo este proyecto

Javi, Mar y Maréme 

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